martes, 29 de abril de 2014

Un cuento bobo

En el cuarto ya cálido, se nubla la vista de los comensales. El vapor congestiona las mucosas y todos no distinguen casi su comida. Un juego extraño y oscuro que rebela a los sentidos que quieren conciencia plena de su sensación. Uno de ellos, se levanta y se va, ofuscado por tanta confusión alimenticia. Otros, se ríen entre dientes, tratando de ocultar cierto nerviosismo ante la incertidumbre de lo que comen o prueban. Algunos, finalmente disfrutan de lo mismo que tortura a los demás. Hasta paladean el miedo del que son prisioneros voluntarios. ¿Acaso serán individuos de prueba de un cocinero loco o de un ladrón, o de un asesino que no se anima a ser canibal? No les importa demasiado o no lo creen. Da igual...
Pasa en tiempo y el anfitrión no aparece, aunque todos lo conocen, no saben quien es. 
Una luz tenue y fria se cierne a los postres, endulzando aún más el paladar. El cambio de temperatura, aunque suave, es sentido por ellos en forma categórica y placentera, después de tanto baño turco.
 Uno a uno, los comensales son guiados hacia diferentes puertas pero que llevan a un solo cuarto: la cocina...
No, ahí no son sazonados por el cocinero anfitrión, sino agasajados con exquisitos fluidos calientes a modo de infusiones de diferentes colores y sabores no definidos como el resto de lo engullido por ellos, los invitados a tan exuberante y extraña cena.
¡Qué cumpleaños tan neblinoso y sin definición! ¡Pero qué importa!
Ya todos se van con una sonrisa expresada desde la incertidumbre y la pregunta sigue: ¿Y él?

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